Quien entra en un bar después de haber salido de un funeral o de despedir a un amigo para siempre es seguro que se verá sumergido por la rara sensación de que todos los sonidos que recorren la vida cotidiana, las voces de un televisor o la de una charla desenfadada provienen de un mundo donde todo es ajeno. El dolor reciente siempre hace irreal e inoportuno cualquier síntoma de que hemos llegado a un lunes cualquiera.
Algo así me ha sucedido después de cantar la ópera de Dallapiccola «Il Prigioniero» y abrir la partitura de la ópera «Paris a nous deux» de Jean Francaix, luminosa y mediterránea, plena de un humor fino del París imaginario que casi todos hemos recreado alguna vez.
El tal Francaix, que debe tener un apellido tan común en Francia como es el mío en España, toca el piano en un vídeo que suena sin previo aviso cuando se visita su página oficial en internet. Aunque aparece con un gesto solemne y venerable de profesor de latín, su música le contradice y sospecho que debía ser un tipo vital e inteligente. Toda su música me hace pensar en los cafés que he recorrido a lo largo de estos años, desde los elegantes y austeros vieneses, casi todos silenciosos y con periódicos tumbados sobre las mesas, hasta los de chiringuito, ruidosos y estrechos.
Porque no hay nada como un café para ver las cosas del mundo con distancia y sin dolor, para poder tocar casi la parte más sólida del tiempo. A mi siempre me gustó hacerlo mirando por las ventanas, viendo pasar la gente como hacen en los pueblos un ejército de vigías silenciosos que amanecen a la puerta de sus casa y contabilizan el río de coches y de rostros que les navega por delante todos los días. Mirar pasar a la gente, rodeando con ambas manos una taza llena de café o de un té raro salido de un sobre de papel fastuoso y olímpico…
Porque a Jean Francaix, del que no sé nada, salvo lo que me dicen las notas esparcidas entre su ópera me lo imagino así, tomando un buen café y mirando pasar la gente mientras, tal vez sin que él lo sepa, se va decidiendo en que parte del pentagrama irá a caer su lluvia de Paris, sus notas afiladas. Y me lo imagino, eso si, y sobre todo, con el regalo de la risa sobre las cosas y el mundo, porque pocas veces me he reído con estallidos tan espontáneas como con el estudio de «Paris a nous deux».
El texto es suyo y de Fran Roche, a quien podría ver mañana en el mercado y no le reconocería aunque llevase su nombre escrito en esos cartelitos que lleva la gente a los congresos. Han construido un texto en el que dibujan la parte más vacía y hueca del mundo artístico, no importa de qué época o lugar, siempre atravesada de personajes triviales que se venden en el mercado del arte como si el esnobismo y la tontería que derrochan fuesen el lado más lírico de la vida, y toda una clase dirigente e influyente, tan presuntuosa como tarada, que aúpan a la cumbre a estos personajes, habitantes perennes de la Historia. Y hace falta tener cuajo y humor para saber mirar la profesión de uno y reírse de su parte más ridícula y boba. La estupidez, es cosa sabida, es un lugar del que todos en algún momento hemos sido ciudadanos.
La historia la han sacado del ojo profundo que tenía Balzac y que en su novela «Papa Goriot» nos presenta por primera vez al personaje de Rastignac, naturalmente dotado para trepar hasta por el metrobús más inocente, un tipo salado, vaya.
Me vi con Jean Francaix recostado sobre el sofá de mi casa, con los zapatos tirados a un lado, los lápices de colores a mano para ir señalando la geografía de la música y un vez más, un café muy cerca, sobre la mesa baja del salón. El viaje está resultando alentador, humano y divertido, su música ingeniosa y veloz, me devuelve la risa de un tipo que de seguro lo pasó bien cuando nos visitó, y lo mejor, dejarnos su música para prolongar el chiste .
Paris a nous deux de Jean Francaix. Teatros del Canal de Madrid. 7 de marzo de 2010 a las 12:00 hrs.
Jean Francaix. Página ofcial.
El concierto
Paris a nous deux! de Jean Françaix. Teatros del Canal de Madrid
Alfredo García, Le Cicerone, barítono
Eduardo Santamaría, L’Arriviste, tenor
Celia Alcedo, soprano
Mijansax Quartet
Coro de la Comunidad de Madrid
Joan Cabero, director
Tener la capacidad de reirse de uno mismo es un gran don que no les ha sido concedido a quienes creen tener derecho a reirse de los demás.
Segura de que tienes «cuajo y humor» tú también, te deseo un gran éxito en «París».
Jenufa
Jenufa, es que lo de tener humor para hacer de uno mismo un chiste de vez en cuando, sienta mejor que la siesta, deberían suministrarlo en las farmacias. Un abrazo!
Un placer de concierto! Y estupendo artículo…
Gracias por ambos, baritonazo!
Gracias Paloma por regalarme ese comentario y por haberte acercado al París de los Teatros del Canal, espero que haya más ocasiones. Un abrazo!