Quien entra en un bar después de haber salido de un funeral o de despedir a un amigo para siempre es seguro que se verá sumergido por la rara sensación de que todos los sonidos que recorren la vida cotidiana, las voces de un televisor o la de una charla desenfadada provienen de un mundo donde todo es ajeno. El dolor reciente siempre hace irreal e inoportuno cualquier síntoma de que hemos llegado a un lunes cualquiera.

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