La manera en que un solista termina de convencerse, por si le quedaba alguna duda, de que es precisamente eso, un tipo que se queda solo haciendo lo que hace, es abordando la novena sinfonía de Beethoven. Puede que le hayan puesto unas 80 personas de coro que le quedan a unos 15 metros según se tira en línea recta desde una nuca que es mejor no rascarse. Alrededor, una orquesta sinfónica que viene cabalgando desde tres movimientos atrás con toda una artillería de músicos montados en sus instrumentos y surcando los aires entre un jaleo de arcos, brazos y metales frente a un director que no tendrá más remedio que haberse traído de casa todo su pulso vital.
Y hay un momento en que tanto los músicos como el público interpretan conjuntamente la misma parte de la partitura escrita por Beethoven y que coincide en los tres silencios que atañen a todo lo sonoro antes de que el barítono cante sin más acompañamiento que el de las miradas. Ese silencio al que se llega después de tanta música es parecido al de la cresta de la ola antes de resolverse en un tubo de agua. Hay un instante de ingravidez y caída libre en el que los barítonos subimos para llevarnos por delante un montón de años en que las sinfonías eran mudas en lo referente al canto. Lo que se escucha entonces dicho en un alemán que ya desde entonces ha conocido todos los acentos es un «Oh amigos…» que es comienzo de lo que va a ser un final al que se llega queriéndolo aplazar .
Nunca he conocido a nadie que después de esta obra no abrigue la necesidad de compartir unas cervezas, un paseo o un abrazo. Tal vez no podamos verlo porque a veces las personas se despiden a la salida del concierto educadamente y enfilan la ruta que les lleva a sus vidas dejando que se disipe el regalo que todos nos hemos hecho. Pero si los deseos y los anhelos se tomasen un respiro encontraríamos los cafés desbordados de la alegría que un tipo, al parecer huraño y fracasado en lo vital, nos dejó esparcida en su última sinfonía de un modo que siempre se siente nuevo. Hay algo enigmático en saber que la música que nos reintegra en lo humano y nos devuelve parte de lo que somos siempre se escucha como un estreno.
Después de Beethoven me ocurre que suelo pensar en Beethoven, y me pasa que le echo de menos y caigo en que estaría bien ponerle un correo para agradecerle eso que no sabemos muy bien como nombrar pero que es lo que nos queda después de darle aliento a sus obras y que luego arrastramos en el desayuno, en el modo de cerrar un libro o de atender una llamada.
Lo bueno de escribir historias es que uno puede narrar con total impunidad como Beethoven viajó a Lisboa después del fracaso de su sinfonía número 10 y que fue allí no solo donde quemó los originales sino el lugar en el que encontró el misterioso placer de sentarse en una terraza frente a un mar cálido y lleno de promesas. Y fue ese el lugar que calmó sus oídos ausentes y heridos.
Lisboa le reveló a Beethoven que su aspereza podía ser un motivo de fascinación. Como el sur es un lugar en dónde el ruido de la vida no incomoda a quienes lo habitan, los gritos y golpes que profería a su piano fueron parte de la voz cotidiana que arrojaban las calles de la ciudad en el transcurrir de los días.
Las calimas y las ganas de siesta que se dejan caer por allí terminaron de cambiar las esquinas de su carácter y hacer de lo risueño una parte de sus habitaciones. Por lo demás todo estuvo lleno de paseos, tardes sumisas, caldos traídos a destiempo y noches de banco y charla hasta que terminó apagándose un día tan cualquiera y calmado que no se movió ni uno solo de sus segundos.
Si las cosas que suelen ocurrir en el universo quedasen de mi mano por un instante, o me alquilasen por un rato el devenir de las cosas, este sería el modo en que le devolvería a Beethoven el tono de sus últimos días, un modo mediterráneo de darle las gracias por dejarse tanta nota bien puesta en un camino que aún seguimos transitando.
9ª Sinfonía de Beethoven. 25 de abril en Lisboa. Concierto de clausura de los días de música de Belém junto a la Orquesta Metropolitana de Lisboa.
El concierto

9ª Sinfonía de Beethoven. Lisboa
Sónia Alcobaça, soprano
Paz Martínez, contralto
Mário Alves, tenor
Alfredo García, barítono
ORQUESTA METROPOLITANA DE LISBOA
Coro Sinfónico LISBOA CANTAT
Cesario Costa, director
Qué barbaro, baritonazo!
Y es la respuesta a tu pregunta de esta mañana de qué puedes contarnos en Coralea.
Ni más ni menos que ésto.
Vamos que si me das permiso, lo pongo tal cual con esa misma foto y el link a este blog tuyo.
Es maravilloso.
Y además no puede ser más oportuno, que Excelentia acaba de convocar audiciones para el coro precisamente de una 9ª que con 40 profesionales cantaran 100 amateurs…
Fíjate que llevo en el coche la de Karajan con la Berliner, y después de haberte leído, rabio por no haber oído esta tuya y allí. A partir de ahora no va a ser posible no «ver» a Beethoven en Lisboa…
Y «Un final al que se llega queriéndolo aplazar» ¡Bravo!
Así que por bello y por apropiadísimo, me gustaría muchísimo poder compartirlo en Coralea, puedo?
Con toda confianza, eh?
Beso enorme y ehorabuena!
Paloma, te pongo unas líneas a través del blog ahora que he vuelto de Lisboa . Tengo que decirte que cuando me levanté de la silla para cantar todas las cabezas se movieron como girasoles a un tiempo para echarme un vistazo como si hubiese entrado de repente en el salón de sus casas.
Fue emocionante que por un momento la música de Beethoven tuviese el color de mi voz. Todo salió estupendamente y el último día fue para recorrer Lisboa que parece esperarte siempre. Gracias por haberme publicado en Coralea y un beso
Alfredo
¡Ah! ¡No! Hecho en falta, hacia el final de tu entrada, la 9ª Sinfonía. Si no toda (¿derechos de autor?), al menos unos pocos acordes… (#sugerencia).
Otro ¡Ah! Yo voy a poner un enlace en mi blog, sin pedirte autorización ni nada…
Norma, no lo sabía pero retransmitieron el concierto en directo por la emisora de música clásica que tienen en Portugal. Cuando me manden una copia ya lo pondré y si se retrasa mucho ,me animo a cantártelo con unas cañas. Gracias por ponerlo en tu blog, me encanta estar ahí.
Un besote
Alfredo
Qué maravilla, Alfredo! Deseando oír la grabación…
Coincidiste con Basilio Astúlez y los niños de Kantika?
Espero que tus próximos compromisos sean eso, más «próximos», y podamos disfrutar del directo! Ya nos contarás, eh?
Beso enorme!
Pues Paloma, aquello era una infinitud de gente, me cruzaba constantemente con músicos pero no no coincidí con los que me dices, era como una maratón de música y la Novena fue la clausura. El hotel parecía la terminal de un aeropuerto con gente arrastrando sus instrumentos y maletas y yo procuraba buscar de vez en cuando lugares tranquilos. Un besote!
Sr. Alfredo García
A raíz de un comentario hecho por Any Ventura acerca de que Baremboim ejecutó la Sinfonía Inconclusa (y aclara: de Beethoven), ¿puede considerarse que así se la conoce a lo que podría haber sido la 10ª?
Tengo entendido que el Profesor Cooper halló en la Biblioteca de Berlín unos borradores de lo que podría ser el 1er. movimiento, Andante-Allegro, de un proyecto de 10ª Sinfonía y que su reconstrucción fue grabada por la Orquesta Sinfónica de Londres, dirigida por William Morris.
¿Qué opina Ud. al respecto?
Muchas gracias por su atención.
Rodolfo H. Ciccarella
Lo de Beethoven es magistral, siempre coincido, que la mejor forma de disfrutar de la Novena es en una sala de concierto y no en un Stereo, dejarse atrapar por ese sonido vital, poderoso, percibir esos detalles al que tu haces referencia. Una bella y gran contradiccion en cuanto a musica se trata, es presenciar cuan poderoso y esencial puede ser un silencio bien marcado. Los gestos, los detalles, la sincronizacion y actitud, ni que decir de la necesaria simbiosis con el director (pobre de aquel que no emerga con la energia suficiente)
Como aporte, en Osaka (Japón) 10.000 cantantes interpretaron la parte coral del 4º movimiento.
Lo particular de esto es que fue cantada sin partitura, todo de memoria y el director (oriental) sobresale por por momentos de expresividad extrema a ratos conmovedor.
Un Abrazo…