En el año 1822, en pleno romanticismo, en un mundo que no podía imaginar lo que sería Internet y que aún se alumbraba con velas, se produjo un encuentro entre dos compositores cuya sombra llega hasta las orillas de nuestros días. Rossini se veía con Beethoven en Viena, la ciudad donde estaban teniendo un sonoro éxito la alegres óperas del primero, que Beethoven divertido, divertido, como que no lo era. Beethoven estaba prácticamente sordo y además no hablaba italiano por lo que tuvieron que ser ayudados por un amigo de Rossini, Carpani, que hizo de Google Translate, poniendo en un papel las palabras que Rossini quería decirle a Beethoven y al revés pero parloteando. Si hubiesen tenido que hablar de economía o de la situación política probablemente aún seguirían cruzando notas para arreglar el mundo. Sin embargo ambos conocían perfectamente el pensamiento del otro, la manera en que habían enfocado sus composiciones, sus recursos, sus autoplagios, sus estrategias, seguramente los lugares en donde se habían atascado al poner las notas y los efectos que habían buscado con la instrumentación. Y esto era posible porque entonces la mayoría del planeta contaba, igual que en la actualidad, con un sistema de escritura musical que es el mismo para todo el mundo: la partitura. Con sus siete notas básicas y su pentagrama. Vale, no en todo el planeta, es verdad que había y aún hay muchos lugares en los que por cuestiones culturales aún no se ha extendido su uso, pero también es verdad que en algunos sitios aún no ha llegado la Coca-cola y tampoco hay Wi-Fi (si saben de estos últimos, me gustaría conocerlos)

Hasta aquí las buenas noticias, es decir, ya desde hace siglos contamos con un lenguaje universal (o casi) que hace que un músico de Bangladesh y otro de Albacete puedan decirse cosas a través del lenguaje musical. También hace posible que músicos que no se han visto en la vida, se junten en una tarima y nos hagan pasar un estupendo rato con sus instrumentos. La mayoría de las veces que he tenido la oportunidad de cantar sobre un escenario, os aseguro que el plantel de solistas y orquesta no tenía nada que envidiar al de la ONU. Si, es algo grande y hermoso. 

Os he comentado que las buenas noticias se acababan aquí, pero me dejo una estupenda, y es que para  disfrutar de la música no hace falta saber leer una partitura. Por suerte la música tiene una capacidad de conectarnos con nosotros mismos y con los demás tan profunda e intensa que no necesita de academicismos para irrumpir en nosotros.

Si, vamos ahora con la sección de “mañana compro otro periódico”

Tener capacidad de comunicarse no quiere decir que quienes lo hacen se entiendan. Nos pasa a diario usando nuestro propio idioma que arrojamos a la cabeza de los que no piensan como nosotros y puede ser afilado como un puñal. Pero no, no voy a comentar algo tan obvio, que hay muchas cosas interesantes para leer y no podemos gastar palabras en esto.

Vamos con los campos de concentración. Ahora veréis que un tipo como Beethoven también andaba por allí, con sus partituras, me refiero a esos papelajos llenos de notas que os he comentado antes.

No hay mucha gente que sepa que en los campos de concentración en la Segunda Guerra Mundial, como el de Auschwitz, había orquestas. No se trataba de soldados salidos del conservatorio con el uniforme planchado y peinados con gomina, sino de los mismos prisioneros, músicos arrojados al estercolero de la Historia y que eran utilizados por los nazis para amenizar sus domingos. La mayoría de la música que interpretaban era de compositores alemanes,  y entre las obras que tocaban, estaban obviamente las de Beethoven. El mismo que se había encontrado con Rossini en Viena y se había echado unas risas con él (si, esto es aportación mía). El mismo Beethoven que surgía ahora de las tripas de los instrumentos de quienes se encaminaban a la muerte mientras hacían pasar un buen rato, de esos de los que disfrutamos hoy en día nosotros, a sus verdugos.

Y ahora vamos con alguna conclusión terrible de esta historia y es que la profunda emoción de quien  interpreta la música puede ser percibida con la misma emoción y belleza por quien la escucha, aunque este último un par de días después te vaya a gasear en un horno  o meterte dos tiros a ver si le hace gracia cómo te retuerces.

Y es que esto del lenguaje universal es lo que tiene, no garantiza la fraternidad y el entendimiento, éste solo puede habitar en nosotros si así lo deseamos, si lo permitimos.

Por último os voy a hablar de una noticia que se parece a la anterior pero al revés, y es sobre la Orquesta West Eastern-Divan, que dirige el músico Daniel Barenboim y que está formada por jóvenes de Israel y de Oriente Próximo (para entendernos, países árabes incluyendo la franja de Palestina). Según dicen en su página web fomentan  “valores como la paz y la tolerancia a través del lenguaje universal de la música.” 

Y es que para terminar teníamos que hacerlo con una buena noticia que infunde esperanza y futuro, palabras que podrían ser sinónimas.

Y antes del cierre, un consejo y una advertencia. El consejo es que se acerquen al lenguaje musical, se habla en todos lados y es más fácil que el inglés. La advertencia es que escuchen a Beethoven, Rossini y a toda la panda de clásicos. Se dejaron la piel para hacer que nuestra felicidad esté más cerca de lo posible, a pesar de Auschwitz. Háganlo o se harán a sí mismos un flaco favor. No hay de qué.

 

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