Benjamin Britten con su compañero sentimental, el tenor Peter Pears

Benjamin Britten está considerado uno de los mejores compositores ingleses de todos los tiempos. Durante su vida, una época turbulenta en la que pasaban «cosas de verdad» como a algunos les gusta referirse a los tiempos difíciles, la música, tal y como había sido hasta entonces, terminó por saltar por  los aires y no porque la Segunda Guerra Mundial haya sembrado de muerte y asombro media Europa, que también. En el horizonte de la composición van a surgir una serie de figuras que le van a dar una auténtica patada al concepto de tonalidad, para entendernos, el  idioma en el que la  música nos había hablado durante unos cuantos siglos. Y detrás vendrían una enorme cantidad de movimientos de vanguardia, con diversa fortuna, que aún siguen desfilando por las partituras de nuestras salas de concierto.

Pese a lo raro de la época y al despiste con el que gran parte del público habrá acudido en aquellos días a los estrenos, Britten termina por hacer lo que le viene en gana, que es una de las mejores maneras en que puede desenvolverse un creador, y usa un eclecticismo en sus obras, que le lleva a no terminar de despegarse del lenguaje tonal. A veces parece que se va un momento a por tabaco pero termina por regresar. Y cuando despliega sus recursos compositivos es capaz de clavarnos en la butaca con la tensión sonora de un torniquete, el lirismo poético del protagonista en sus últimos momentos o la esperanza que despliega una tripulación de marineros maltratados y sin esperanza.

En lo vocal, la obra no da tregua a los cantantes, con unos recitativos al servicio de la acción, de la tensión del momento, lleno de de saltos certeros que se funden con el canto y una orquesta que a pesar de lo desgarrado de algunos episodios, permite escuchar a los cantantes. La parte coral es deslumbrante, con un contrapunto melódico del que Britten extrae una intensidad poco común y que completa momentos gloriosos sobre el escenario, convertido en una nave.

Porque para los que no conocen la obra,  la historia se desarrolla en uno de esos barcos ingleses que tanto partido les dio a las películas de Hollywood,  sobre  el año de 1797, con cañones, vigías y en algún lugar, posiblemente piratas.  Aunque  el barco no es más que una metáfora del mundo, una reducción de la humanidad proyectada sobre una cubierta.

Billy Budd, un chaval inocente, noble y con una fe limpia en los seres humanos, deja la nave en la que navega y que lleva por nombre «Derechos Humanos» para ser enrolado a la fuerza en la que protagoniza la ópera y que se llama «Indomable».  Ya con este punto de partida, la cosa no parece pintar bien, y algo nos dice que la película que ponen en este cine va a terminar mal.

Y si Billy Budd es nuestro héroe, lleno de humanidad, conflictos e imperfecciones, obligado a desenvolverse en un mundo de crueldad y explotación , donde la violencia no necesita de argumentos,  no lo es menos la heroicidad del propio compositor, Britten y su libretista, Foster, al plantear en medio del escenario, y en unos tiempo poblados de tinieblas para la libertad, el deseo homosexual de sus personajes.

Un deseo que adquiere matices de destrucción en quien no puede reconocerlos como propios y que en Billy Budd  se tiñen de nobleza y amor hacia el capitán del barco.

Oscar Wilde

Una ópera que seguramente le habría encantado a Oscar Wilde, que tan solo unos pocos años antes del nacimiento de Britten había paseado por las mismas calles que nuestro compositor. Pero Oscar Wilde tuvo una peor y más cruenta suerte al ser masacrado socialmente por sus contemporáneos por su condición de homosexual, aunque posiblemente lo que más haya escandalizado a la sociedad de entonces es que Wilde haya tenido la osadía de revestir  su deseo con el sentimiento del amor, equiparándose a aquellos que querían apedrearle.  Algo muy propio del Maestro de Armas de la ópera, que incapaz de aceptar sus deseos, se propone destruir a quien los despierta. Si, Billy Budd, que termina muriendo (siento haber revelado el final) encontrando la redención en el amor que siente por el capitán.  Un malo, que es un pobre malo, un tipo que se ha quedado corto en su humanidad, y un bueno, con algunas debilidades, lo que le hace más real y cercano.

Billy Budd parece estar escrita todavía para nuestros días. Aunque nuestras libertades se han completado desde su estreno, y la sociedad (no todas) han plasmado y protegido como derechos la manera de amar que todos podamos tener, no dejamos de estar en deuda con Britten, Wilde, Lorca y otros muchos que no escribieron una sola línea pero que fueron enrolados  en el «Indomitale» para dar lo mejor de sí mismos, en un acto de valor.

 

Algunas recomendaciones

Una versión de este artículo se ha publicado en el suplemento cultural Aladar del El Correo De Andalucía

 

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